En una entrevista exclusiva, Álvaro Matute —uno de los historiadores más destacados de México— habla con pasión de esta disciplina, a propósito del mes patrio El Universal Jueves 20 de septiembre de 2007En El Quijote, Cervantes la llamó “émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”. Con todo, mucha gente aún se pregunta si la historia tiene alguna finalidad, si sirve para algo. Álvaro Matute, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, dice, con voz pausada y clara, como si estuviera frente a sus alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras:
—Hay una clave para contestar esta interrogante, siempre pertinente: debemos hablar de la historia como “nuestra historia”. La historia es algo que nos pertenece. Cuando decimos “nuestra historia”, no la contemplamos como algo ajeno a nosotros, sino como algo que forma parte de nuestro ser. Algunos pueden pensar que la historia es, como diría Descartes, viajar a otros países, verlos y regresar a casa. Si decimos, en cambio, “nuestra historia”, estamos conscientes de que nos constituye en tanto seres humanos. Estamos comprometidos con ella porque nos aporta mucho. Ahí está la diferencia. No se trata de ponerle límites geográficos. Nuestra historia es la del mundo, la del continente americano, la de Latinoamérica, la de México y así, sucesivamente, hasta la de Iztapalapa o de la colonia Roma. En fin, todo lo ocurrido en el planeta es historia nuestra. Finalmente, como seres humanos, todo nos pertenece, nos concierne, nos compete. Claro, resulta más vital e interesante aquella historia que dice más directamente algo de nosotros.
—Entonces, ¿sí es necesario estudiarla?
—Desde luego, porque la historia nos rodea. Transitamos por calles y lugares cuyos referentes históricos son múltiples. Afortunadamente, aquí, en México, no tenemos esa nomenclatura de calles por número, que puede ser muy práctica pero que despoja de cierta identidad. No es lo mismo decir “nos vemos en la esquina de avenida Juárez y San Juan de Letrán” (hoy eje Central Lázaro Cárdenas), que “nos vemos en la esquina de la 15 y la 34…” En fin, son referentes. Cuánto mejor si sabemos algo más de ellos. Por otro lado, si nos bajamos del Metro en la estación Zapata, ello implica que hubo un señor llamado Emiliano Zapata, y si en un momento dado nos preguntamos qué hizo, entonces nos metemos automáticamente en la historia. Asimismo, cuando comemos mole o chiles en nogada, quizás no sea necesario tener la certeza de que unas monjas le preparaban estos platillos a Iturbide. Pero, indudablemente, son productos históricos y su permanencia se debe a que la gente ha conservado el gusto por ellos a lo largo de los años. Saber algo de su origen es un elemento que nos identifica. Ahora bien, conocer su razón de ser en el mundo no nos servirá para comer mejor o peor la próxima vez que asistamos a un banquete de mole o chiles en nogada, pero algo queda en nosotros cuando sabemos de dónde vienen, que están elaborados con diferentes ingredientes, propios y ajenos.
—¿Por qué nos reunimos en el Zócalo la noche del 15 de septiembre?
—Aunque no sea realmente así, uno estaría tentado a pensar: porque todos los mexicanos sabemos quiénes hicieron la Independencia, cómo y cuándo. Resulta interesante saber cómo llegan a nosotros las figuras de los héroes, pero sobre todo el sentido de su acción. La historia es algo vital y su conocimiento, aunque sea mínimo, nos llena de sentido. Ahora bien, la idea de “servir” es un tanto cuanto difícil de captar en sociedades utilitaristas. Desde luego, con la historia no se puede revertir, por ejemplo, el deterioro del ambiente en una acción directa. Pero saber historia, es decir, saber por qué y cómo se deterioró el ambiente, “sirve” para tomar decisiones de envergadura. ¿Para qué le sirve a un individuo reflexionar sobre su propia vida? Si alguien supone que no le sirve para nada y simplemente trata de vivir, pues, bueno, que con su pan se lo coma, como se dice… Obviamente, quien reflexiona sobre su propia vida, individual y colectiva, no puede adivinar su futuro, porque eso es imposible, pero sí puede proyectarse hacia los pasos que debe seguir en lo individual y en lo colectivo. Lo dijo Sócrates: “Conócete a ti mismo.” Y qué mejor manera de conocernos a nosotros mismos que sabiendo nuestra historia. Creo que el vínculo historia-vida es algo que nunca se debe olvidar. Los conocimientos de historia, literatura, filosofía y demás disciplinas humanísticas nos sirven para esa dimensión de nuestra vida que no es precisamente la utilitaria, aunque también pueden derivar en un beneficio individual o colectivo.
—¿Cómo nació la historia?
—Primero fue el mito, la narración mitológica; después llegó el relato pormenorizado de lo acontecido. Heródoto estableció que la historia es la gran narración de hechos investigados. Desde el punto de vista de la prospectiva, es considerada una rama de la literatura, aunque tiene su dosis científica porque intenta ofrecer conocimientos precisos. Por lo demás, la gran historia siempre será la que esté bien narrada.—¿Somos un producto de la historia?—Sí. No puede ser de otro modo. La historia es un proceso; de ahí que no debamos asumirnos como un producto acabado, definido, sino como uno histórico en movimiento, que va integrándose con los nuevos sucesos que ocurren. En ese sentido somos un producto histórico, como lo será la gente que nos suceda; ésta tendrácomo elementos constitutivos lo que nosotros, ese gran nosotros colectivo, le aporte. Es decir, siempre seremos un producto histórico en proceso, como el lenguaje, que tiene un punto de partida y un proceso de renovación constante.
—¿Cómo se caracteriza a un personaje histórico?
—En la caracterización de un personaje histórico interviene, en buena medida, el elemento literario. Por definición, un personaje histórico es producto paralelo de una elaboración literaria; si bien está armado a partir de documentación establecida, su perfil, la elaboración de su carácter, de su acción, etcétera, son literarios. No hay diferencia entre la manera en que un buen biógrafo caracteriza a su personaje y la manera en que un novelista inventa al suyo porque, en mayor o menor medida, ambas obedecen a un planteamiento literario y tienen referentes de realidad.
—¿Cuál es el compromiso del historiador?
—Ofrecer certidumbre, garantizar que lo que dice o escribe efectivamente ocurrió. Esto no siempre es fácil porque de tanto en tanto puede surgir un hueco, como en un gran rompecabezas: se infiere o se intuye qué falta, pero no está ahí. A veces una inferencia permite llenar el hueco y el misterio se resuelve, pero otras lo mejor es saltarse dicho hueco. Si sabemos de dónde partió un hecho histórico y en dónde desembocó, tenemos la oportunidad de inferir qué pudo haber pasado en medio, siempre y cuando, ¡claro!, lo faltante no sea aquello que nos haga llegar a conclusiones, aquello que nos comprometa demasiado. Ahí estaría esa cientificidad que nos reclama el compromiso de ofrecer certidumbre. Para eso, desde luego, hay toda una metodología que es parte de la formación y la práctica de los historiadores.
—¿Actualmente se subestima la historia?
—El desdén hacia el trabajo humanístico, incluido el histórico, no es reciente, aunque hace poco se acentuó más. En México somos muchos los historiadores, trabajamos bien, pero estamos atomizados. Además, nos hemos especializado tanto que hemos cancelado la posibilidad de comunicarnos mejor entre nosotros mismos y con lectores de historia. Perdimos la noción de “historia proceso” en aras de la “historia acontecimiento”. No trabajamos en temas que abarquen una temporalidad larga por hacer cosas puntualmente bien documentadas, rigurosamente realizadas, pero que quedan en pequeñas apostillas. Migajas, dice un colega francés: la historia en migajas… Eso es lo que nos ha llevado a una crisis que habrá que superar; de otra manera caminaremos hacia una especie de Torre de Babel. Por lo pronto, debemos transmitir a los estudiantes la vitalidad de la historia, que no la vean como una materia árida, integrada por nombres, fechas y lugares, sino por procesos que convergen en el presente. (Rafael López)